EL ESPEJO TIERNO
¿Qué ves cuando te maquillas sin verte?
En lugar del espejo, un objetivo. ¿Qué es ese ojo ciclópeo? ¿Un agujero negro sin más reflejo que nuestro inconsciente óptico? ¿Nuestra identidad en la mirada del Otro?
Estas preguntas rondaban ya mi cabeza cuando me encontré con el trabajo de Junker. Lo descubrí en forma de postales en el Centre Pompidou de París. ¡Una modelo que cuestiona los estándares autorepresentándose como un cuerpo crítico! Conocía algunos trabajos que cuestionaban la norma estética realizados por exmodelos en forma de novelas o autobiografías, pero esto era novedoso, era liberador, era perfecto para mis clases de Sociología del cuerpo que siempre parecían terminar con tono pesimista sobre la inevitabilidad de encarnar la norma estética. He aquí una sujeta plenamente normativa – rubia, blanca, de ojos avellana, joven y delgada – que ejercía la crítica desde su, aparente, centralidad como modelo de éxito y lo hacía poniendo en juego todos los trucos de la industria, conjugando la gramática del glamour que ella conocía tan bien.
Me compré todas sus postales y empecé a utilizarlas en clase como ejemplo de discurso visual crítico. Al fin, cómo no, el arte nos proporcionaba la posibilidad de ofrecer resistencia, de tergiversar y subvertir, sin la debida obediencia que constriñe a las editoriales de moda o la publicidad más rompedora. Se abría una nota de esperanza. A Junker le escribí para solicitar permiso para reproducir sus imágenes en mis artículos académicos y desde entonces hemos estado en contacto, buscando ocasiones para seguir colaborando, conocernos personalmente y traer ID-Identity a España. Gracias a Málaga de Moda, La Térmica y el Museo Carmen Thyssen, la ocasión surgió en el ciclo de conferencias “La moda del arte” que tengo el placer de dirigir. Interrogar las fronteras entre las artes, la cultura y la moda desde una perspectiva crítica – el cometido del ciclo – conlleva inevitablemente cuestionarse el papel de los ideales estéticos en la constitución de nuestra identidad personal.
Sabemos bien que los ideales estéticos son también modelos de identidad y de comportamiento. Nos proponen modos de ver, ser, desear y consumir, que constituyen tanto a hombres como a mujeres, aunque de modo muy diferente. Como escribió John Berger, las mujeres tendemos a ser representadas, y a presentarnos, como un espectáculo para ser mirado; debido a la importancia que socialmente se le concede a nuestro aspecto, llevamos introyectada una cámara mediante la cual nos autoobservamos. Los hombres tienden a ser representados, y a presentarse, como seres poderosos que muestran su capacidad de acción. En consecuencia, no existe un espejo ciego, pues nuestra mirada y nuestro espejo están preñados de un inconsciente visual colectivo que nos precede. Ese inconsciente óptico, un término de Walter Benjamin, no solo moldea nuestra percepción de la belleza en relación al género, sino también con respecto la clase o procedencia social y la etnia.
Son precisamente esos modos de ver, de vernos, los que Junker nos invita a revisar ante su objetivo. El reto comienza por la parte que más nos diferencia entre humanos: el rostro, la sede por antonomasia de la persona y de la máscara. No es lo mismo persona que máscara, aunque sean dos conceptos conectados en su etimología latina (y en la realidad). En latín, el término persōna se refería a la máscara del actor y al personaje. Personare, resonar, era lo que ocurría entre el rostro humano y la máscara. Se reconoce así una distancia entre faz y disfraz, entre el ser, los ideales sociales y el ‘personaje’ que nos hace quien somos. No podemos desembarazarnos totalmente de los patrones visuales colectivos preconcebidos, pero sí podemos reconocer la cesura entre ser y máscara. Desde esta perspectiva, difícilmente podríamos desenmascararnos pero sí enmascararnos mejor, es decir, más de acorde con nuestro fuero interno.
Quizá enmascararnos mejor pase por rehusar un orden social que nos hace ilegibles y posibilitar así nuevas aperturas. Nos abismaríamos entonces a un rostro desconocido, el propio hecho ‘otro’, arriesgándonos a re-conocer tanto nuestra vulnerabilidad, como lo que hay de no-representable en la vida humana. No obstante, quizá entonces hallemos algo más: la posibilidad de hacer nuestra la herencia del Otro que nos constituye, la capacidad de subjetivar nuestra deuda simbólica y de reconquistarnos en una dimensión nueva: la de una existencia nunca completamente arraigada, nunca completa ni definitiva.
¿Te pones perfume para tus reuniones virtuales?
Parecería una pregunta absurda sino fuera porque todas las personas llevamos a cabo un ineludible trabajo corporal para lograr una presentación social de acuerdo con las normas que gobiernan la correcta apariencia. Nos ‘arreglamos’, es decir, nos presentamos según las reglas que rigen la estética, asignada según nuestra cultura e identidad. Desde la higiene al maquillaje, pasando por la selección de indumentaria y complementos o el afeitado, en nuestro cuerpo mostramos si acatamos o transgredimos el orden. Es más, el cuerpo no solo es una metáfora de la adhesión personal a las normas que regulan la apariencia, sino del propio orden social.
El confinamiento obligatorio causado por la pandemia del virus de la COVID-19 ha sido una experiencia internacional que ha hermanado a personas de muy distintas procedencias. Al vernos forzados a mirar dentro de nosotros mismos y de nuestro hogar, la emergencia sanitaria ha comportado un replanteamiento de prioridades vitales y nos ha devuelto una perspectiva olvidada sobre nuestro lugar en el mundo. El recogimiento nos ha vuelto más visibles para nosotros mismos. Al vivir al margen de la transparencia derivada del hiperconsumo así como en una mayor cercanía a la muerte, surgen aspectos más profundos de la existencia. Paradójicamente, el recogimiento confinado también nos ha vuelto más visibles para los demás. Debido a la generalización del teletrabajo, nuestro grado de exposición y vulnerabilidad ha aumentado: personas a las que solo conocemos en un entorno profesional o a las que no conocemos de nada, atisban en nuestros espacios privados y nosotros en los suyos.
En las telereuniones, las diversas plataformas tecnológicas nos exponen a la visualización de la propia imagen sin posibilidad de desconexión. Privados de otros sentidos, como el olfato o el tacto, centramos nuestra interacción en lo visual y lo verbal. Ver nuestra propia imagen en la pantalla durante una reunión es como trabajar delante de un espejo permanente. Nos hace todavía más conscientes de nuestro aspecto y gestualidad, altera los roles de emisor-receptor, disminuye la naturalidad en la interacción y nos obliga a aprender los rudimentos técnicos de la representación audiovisual con el fin de conseguir un buen ‘zoom look’. Hemos pasado de la cámara interior a Zoom.
En este contexto, De afuera dentro interroga la ruptura entre lo público y lo privado aportando un nuevo significado a la intimidad. Los retratos componen instantáneas en movimiento – still-moving images en la denominación de Tina M. Campt – que difuminan las distinciones que habitualmente marcamos entre estabilidad y movimiento. Las imágenes fijas vibran desde su lugar y así logran moverse sin desplazarse ni en el tiempo, ni en el espacio. Quizá sea en esta intimidad reparadora del retrato ‘ciego’ donde podamos hallar un sentido más profundo de libertad. Sin embargo, no es una intimidad sencilla, puesto que exige una labor afectiva: escucharnos mejor para poder ‘escuchar las imágenes’. Dado que la percepción de las imágenes no puede separarse de los demás encuentros sensoriales, se requiere un esfuerzo emocional para romper con la experiencia bidimensional. Mediante la empatía compasiva podemos traspasar la bidimensionalidad, vencer la alienación que aprendimos a sentir ante la diferencia, soslayar la abyección, incluso admitir la capacidad generativa de la negación y la reapropiación.
Quizá así logremos merecer su recompensa: el don del espejo tierno.
Patrícia Soley-Beltran
SOBRE LA CURADORA
Patrícia Soley-Beltran es Doctora en Sociología del género por la Science Studies Unit (Universidad de Edimburgo) y licenciada en Historia cultural por la Universidad de Aberdeen. Como ensayista y divulgadora, ha sido galardonada con el Premio de Ensayo Anagrama por ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras (2015) y el I Premio María Luz Morales de Periodismo por «Política eres tú» (El País Semanal, 2015). Es también autora de diversos libros académicos, como Transexualidad y la Matriz heterosexual (Bellaterra 2009), y de numerosas publicaciones científicas. Como divulgadora, colabora regularmente con El País, La SER y La Vanguardia. Trabajó como modelo y actriz (1979-1989), presentó en sus inicios el innovador programa de música Stock de Pop (TV3, 1983) y, más adelante, el programa de entrevistas en profundidad Terrícoles (Betevé 2016-2017).
Actualmente es miembro del comité editorial de la revista académica Critical Studies of Fashion and Beauty y del consejo asesor de la Fundación Nagel. Ha impartido conferencias en las universidades de Cambridge, Edimburgo, École des Mines, Aberdeen, Viena, Barcelona, Pompeu Fabra, entre otras, y en espacios divulgativos como Caixafòrum, Museo del Diseño de Barcelona, Casa América, Centro Pompidou (Málaga) y TEDxBarcelonaWomen, entre otros. Como gestora cultural, ha colaborado con Caixafòrum (Madrid, Barcelona), Museo del Traje de Madrid, Fundación Sa Nostra, Espai Francesca Bonnemaison, La Térmica y Museo Carmen Thyssen, entre otras prestigiosas instituciones culturales.
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