Reir y llorar: la fórmula secreta de Chiquito, por Héctor Márquez

952
-->

Aquí estoy yo. En mi casa. Es la madrugada del domingo al lunes. Hemos despedido hace unas horas a un hombre de 85 años al que algunos llamaron el Picasso del Humor. Probablemente el malagueño más querido -con permiso de Antonio Banderas- de las dos últimas décadas. Tengo el televisor encendido. Antena 3. Están repitiendo un programa homenaje que le hicieron hace unos diez años. A don Gregorio Sánchez. Chiquito de la Calzada. Se reúnen en ese programa casi todos los humoristas y entertainers conocidos de hace una década. Viejos compañeros de la misma cadena, cuando Chiquito apareció, ya mayor, entre una troupe de humoristas que contaban chistes, entre los que, salvo Chiquito y si acaso Paz Padilla, pocos han tenido el reconocimiento de nuestro paisano. En aquel programa, cuando aún vivía su mujer Pepita, le hicieron incluso el regalo de una placa por parte del Ayuntamiento de Málaga. Esa placa era una reproducción de la que tiempo más tarde estaría situada en un parque por la zona de Huelin. A unas manzanas de nuestra Térmica. Entre todas las palabras y homenajes de la profesión -de Wyoming a Florentino Fernández, pasando por Pablo Carbonell, Pedro Reyes, Bigote Arrocet, Santiago Segura, Juan y Medio, Arévalo, Bibiana Fernández y tantísimos otros- fue lo que más le emocionó: saber que tenía el cariño y reconocimiento de los suyos. Que al lado de su casa los chaveas y los ancianos podrían jugar o sentarse en unos bancos con su nombre detrás. El domingo por la mañana, con él ya de cuerpo presente en la capilla de Parcemasa unos vecinos le hacían un homenaje espontáneo en su parque. Horas antes, en el auditorio Edgar Neville, a espaldas de La Térmica estaba yo despidiéndolo sin saber si reír o llorar entre miles de personas que se pasaron a rendirle homenaje. Me acordé de la canción de Kiko Veneno, un gran admirador de Chiquito con quien alguna vez había hablado del ingenio de este andaluz único, comparándolo con el de otros personajes del mundo flamenco como el mítico Juan El Camas o Pericón de Cádiz.

(Capilla ardiente en el auditorio Edgar Neville de Diputación. Sábado 11 de noviembre)

Quiero recordar esta canción de Kiko porque habla del talento único de una persona humana que revolucionó el lenguaje. Porque así me quiero sentir. Pensando en Chiquito, con los pies en la maceta. Pensando en su única fórmula secreta, me emociono pero no puedo sino reír. En televisión ha contado un chiste malísimo de cuando hace cerca de 25 años revolucionó a los telespectadores de España entera inventándose un lenguaje único, estirando el chiste hasta el absurdo, entre la hilaridad y la perplejidad de un público y unos compañeros que no entendían nada de lo que decía y hacía aquel hombre de andares imposibles. Nada entendían de su jerga pero al día siguiente ministros, niños y peatones empezaron a imitarle. No conozco a nadie que no haya dicho comorrr o pecadorrr o fistro alguna vez. Por la gloria de mi madre.

Y yo, de madrugada, sin saber si reír y llorar todavía, estoy pensando en su fórmula secreta. Lo único cierto es que sin estar ya, no sabemos dejarlo ir.

 

Unas horas antes había decidido despedirme de don Gregorio en mi perfil de facebook. El diario Sur había rescatado dentro de las noticias de obotuario una entrevista que le hice para el periódico hace ahora poco más de un año. En aquella entrevista conocí a un hombre que se quería escapar de su personaje porque la persona que más amaba -su esposa Pepita- le había dejado cuatro años antes. El sábado me encontré al amigo y viejo compañero de canal Sur Eduardo Bandera en el auditorio capilla ardiente. Eduardo lo frecuentaba muy a menudo. Me dijo algo muy cierto: «estaba esperando la ocasión para marcharse con Pepita; hasta ahora había aguantado por los demás; pero esta vez no iba a dejar la ocasión». Lo que escribí tras llegara a casa fue más o menos esto. En pocas horas decenas de personas habían compartido esta espontánea despedida.

 

 

POR GUASERÍAS (HASTA SIEMPRE, SEÑOR GREGORIO)

Hay gente que inventa, gente que reconoce la invención y gente que copia. Los segundos y los terceros rinden homenaje siempre a los primeros. Pero los terceros -tristemente- carecen de esa cualidad tan humana que es la generosidad del reconocimiento. Chiquito de La Calzada fue -nadie lo duda- un inventor. Y también «un fenómeno» para poner en evidencia a los impostores que olvidan que somos, más allá de los individuos, colectivo, especie. Inventó un lenguaje que se hizo viral cuando no existían los medios actuales para hacerlo viral. Sin ser conscientes, ni el inventor ni los que lo hicimos nuestro, de la trascendencia de aquel gesto, su manera de expresar fue rápidamente asumida como el esperanto universal del esperpento, de una época, de una manera de enfrentarnos al absurdo de la existencia. Un absurdo que vendía humor manufacturado, prefabricado y enlatado -nada que ver con el humor, que surge, como el humo, de la combustión espontánea de la inspiración y que nos recuerda siempre que tanto el rey como sus súbditos estamos desnuditos- como alimento-basura para el alma.

Cuando Chiquito llegó a nuestras vidas los relojes empezaron a andar hacia atrás. Nuestras muelas a gemir. Nuestros gemidos a carcajearse. Nuestro sistema digestivo a salírsenos por la boca. Los chistes regresaron a su origen: a revelar la lógica del absurdo. A cambiar de ritmo, como hace el tiempo cósmico: estirándose o acortándose con el compás flamenco que permitía tocar palmas en su ejecución.

Cualquier persona que se haya dedicado algo a la comedia en su vida, no digamos si ha reflexionado sobre esa cualidad que nos hace tan absolutamente humanos que es la risa, sabe es el ritmo, el compás el motor que guía su existencia. El ritmo entendido como una secuencia ordenada en el tiempo que muestra una solución inesperada en un contexto donde esperamos otra cosa. Un mandatario político sale a dar una conferencia en las naciones Unidas y le sale la voz de un patito de goma. Alguien en una situación de severidad hace algo ridículo y espontáneo: Henri Bergson habló mucho de las caídas por pisar un plátano en su famoso ensayo, La risa.

La comedia, la risa, se produce siempre por una alteración inesperada de un patrón rítmico y conceptual que esperamos que se solucione como ya nos hemos acostumbrado. Es un engaño a la infalibilidad de nuestro cerebro. Los grandes humoristas lo son por ofrecer nuevas soluciones a ese axioma. No sólo rompen las expectativas, sino que lo hacen con patrones que nunca nadie había utilizado antes. Cada vez que nos reímos nos hacemos más inteligentes al darnos cuenta de lo estúpidos y falibles que somos.

 

 

(Foto de Jesús Domínguez para El Mundo)

Chiquito se hizo único y famoso nacionalmente entre aparentes semejantes. Era uno más entre un grupo de humoristas de saldo que hacían reír con la misma canción de siempre. Cuando él llegó a la televisión en los 90, rodeado de humoristas casposos logró un fenómeno único: llevó el humor a otra dimensión sin hablar de las cosas que hablaban los humoristas. Sin imitaciones ni parodias, sin chistes nuevos, sin referencias gastadas ni fotogenia. Aquel cantaor y palmero malagueño para el baile flamenco trajo al acartonado mundo del humor televisivo un compás diferente, el del flamenco, y todo un lenguaje verbal y expresivo que instantáneamente todo el mundo -y digo TODO el mundo- hizo suyo. Chiquito actuó como el heyoka, el gran payaso cósmico que recuerda a los poderosos y a los hombres que no son más que seres humanos que siempre vamos desnudos. Y nos recordó la capacidad de celebrar. Instaló de nuevo el estado de locura en el poeta.

Trajo a la calle el surrealismo lingüístico de la invención. Esa que practican los niños antes de que los adultos la arresten de por vida. Puso de nuevo de moda y a nivel de calle, sin citarlas, las más profundas tradiciones de nuestra cultura hispana: la picaresca, el esperpento, el surrealismo, el compás flamenco, la pena que ríe. Nos devolvió la vitalidad al idioma. Y no desde la RAE: desde el pueblo. Desde un barrio humildísimo en la Calzada del barrio de la Trinidad. Desde el hambre y las penurias. La emigración. El ingenio lazarillo de tormes para llevarse un pedazo de pan a la boca se encarnó en él. Por eso me confesó en una de sus últimas entrevistas, republicada ayer por el Diario SUR, que detestaba las gachas porque le recordaban la época del hambre (gracias Nuria Faz Espíndola, por la fotografía). Y, sobre todo, desde el amor. Humor es amor con hache. La hache de Chiquito se llamaba Pepita, su mujer. Murió hace unos años delante suya y don Gregorio ya no volvió a ser el mismo por dentro, aunque por fuera siguiese poniéndose el disfraz de Chiquito de cuando en cuando para hacernos reír. Porque siempre fue un hombre disciplinado que no dejó de trabajar desde que apenas levantaba un palmo del suelo. Siempre imaginé que su forma de andar como una viejecita mecánica con el celebérimo no puedorr, antes de enderezarse de nuevo por completo y arrancarse era un paso de danza lleno de poesía y homenaje a la lucha diaria del hombre que se gana el pan con el dolor de sus riñones.

El hombre ya se ha ido. Echaba de menos el amor de su compañera. Su inspiración. Su sustento. Su motivo para partirse la cara cada día. Nadie sabe si se encontrará con ella de alguna forma. Sólo sabemos que lo dio todo. Mucho más que lo que nadie suele dar. Nos inventó una manera hasta de despedirlo -hasta luego, Lucas, pusieron ayer sus familiares en una corona en el sepelio- que no fuese impostada. Nos dio lo que sólo los grandes pueden dar: un lenguaje, un ritmo para afrontar la existencia, la vulgaridad, la copia y el miedo. Dice en una de sus nuevas canciones el gran Raúl Rodríguez en su álbum La Ráiz Eléctrica, una frase que es un manifiesto: «que sea el ritmo el que nos gobierne». En el legado de Chiquito ese ritmo era el compás flamenco. De un hombre que aprendió a cantar para que otr@s bailaran sin perderse. Luego, ya en madurez, tuvo el descaro de hacer público el palo oculto y secreto del flamenco: las guaserías, tan intrínseco a este arte como forma de vida, como las bulerías o la soleares lo son en el cante y el baile. Nos dejó hace un puñado de horas. Y a la gente ayer le costaba llorar sin reír a la vez al ir a despedirlo en su capilla ardiente. Era un fenómeno.

(Viñeta del sábado 11 de noviembre de Idígoras y Pachi para el diario Sur)

Entre las cosas que he visto y leído en estas horas me quedo con un espléndido artículo sobre la naturaleza de su humor publicado en facebook por el crítico de arte y comisario exposiciones, el profesor de teoría del arte de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Castro Flórez, y por supuesto la tira cómica de su paisano, el amigo, otro genio bondadoso en esto del humor, que lo equiparaba en Sur al Marqués de Larios y lo convertía en estatua como I Conde Mor, Ángel Idígoras. Ya he leído una petición de change.org pidiendo que retiren en Málaga la estatua del Marqués de Larios y pongan la de Chiquito. Si eso se hiciera, no sólo se realizaría de una manera inesperada -como la mecánica del humor- aquel polémico proyecto artístico del año 1992 del Colectivo Agustín Parejo School, que llevó al mismísimo alcalde Pedro Aparicio al borde la histeria, sino que los malagueños, su pueblo, demostraríamos estar muy por encima de lo que se espera de nosotros. Y, al final, podríamos recordarle al maestro, que estará en la gloria de su madre o de su esposa, que ese no puedorrr no fue en vano.

(Imagen del cartel del proyecto Sin Larios del colectivo artístico malagueño Agustín Parejo School que presentó para la Expo 92, con la alegoría del trabajo en lugar de la estatua del Marqués de Larios)

Gracias eternas por recordarnos lo que somos: fistros duodenales, pecadores de la pradera, simples mortales. Gracias por devolvernos la magia del lenguaje y el poder de la risa. Hasta luego Lucas. Hasta siempre, señor Gregorio.

Mucha gente ha celebrado la entrevista que le hice en su día para el diario Sur. Como creo que recoge ese momento donde un hombre entristecido se enciende pronto y vuelve a dar lo mejor de sí mismo voy a recuperar una versión inédita y más larga para este blog.

 

«Detesto las gachas. Me recuerdan al hambre» (*)

Debajo del enorme retrato de Durante en blanco y negro que corona el comedor principal del Chinitas, donde clava su famosa sonrisa socarrona de medio lado, Chiquito parece simplemente el señor Gregorio. El hombre que más ha hecho reír en las dos últimas décadas a la gente de España parece triste. A veces ausente. Más menudo. Eso sí, siempre amable y atento. Siempre hecho un pincel. Siempre puntual. Hemos quedado con él en este restaurante que siempre ha sido como su segunda casa. Algo que se acrecentó desde que se quedó viudo hace cuatro años. Su compadre José Sánchez-Rosso, el dueño y fundador de El Chinitas, está sentado con nosotros y será quien proponga un menú de chuparse los dedos: entrantes de jamón y embutidos de Cortes de la Frontera, tortillitas de camarones y cazuela de fideos con boquerones y mejillones. Pero quien nos acompañará durante todo el almuerzo, como una ausencia constante, no es sino Pepita. Sus recuerdos más vívidos tendrán su nombre y su rostro, que sólo ve él. Y así le cogerá de la mano, le cantará de nuevo en una sala de Córdoba para camelarla, cuando la vio por vez primera acompañada de su madre.

-Doce años menos que yo tenía… Una chiquilla. Eché mano a cantar y la vi, allí en primera fila, al lado de su madre. «Viva Córdoba la llana, rincón de tanta alegría que si a pruebas me pusiera por ella diera la vida». Te voy a cantar lo que quieras. Y le canté lo más grande. No he visto mujer más guapa en la vida. «Dale un beso a tu madre que está mu seria. Hazle cosquillas o algo». Y yo le canté tope de bien y sabiendo lo que hacía. ¿Te ha gustao?, Uy, si me ha gustao. Le canté pa matarse. Bueno, le canté a la madre primero que estaba sentada a su lado. Me fijé en ella desde el escenario y desde entonces… Toda la vida con ella.

Chiquito y Héctor Márquez en El restaurante El Chinitas. (Foto Nuria Faz)

Y suspira, pero no se queja. Admite haberlo pasado muy mal. «No he llorao más en mi vida. No pude trabajar en un tiempo. No me acordaba ni del número de teléfono. Estaba sentada en la mesa y se levantó, pegó un chillío, ayyy, ayy», cuenta mientras con mímica se convierte en ella y se agarra el corazón, «nunca se quejó de«. Y luego dice que tiene un móvil suyo, del que no sabe si darse de baja, que no usa, por el que paga ocho o diez euros al mes, «pero es que tiene una foto suya que está guapísima».

-¿Te quieres creer que me tenía 60 camisas de seda y 20 trajes? Así me tenía ella. Y ahora me tengo que ir en un rato a mi casa porque mañana me recogen temprano que tengo que grabar con Bertín Osborne ese programa de la casa. No es que vaya a grabar Lo que el viento se llevó, vaya, pero me gusta ser formal y estar preparao. Ese es mi éxito: ser formal y no tener vergüenza. Bertín es un fenómeno. Pero si empieza a tocarme algunos temas, lo toreo y puedo con él. Yo he trabajo con él en televisión, en teatros y en Puerto Banús. Él iba de guapetón

-¿Y ligaba mucho Bertín?

-Ligaba menos que la gata del Vaticano, Pepe.

(Al final Chiquito grabó el programa con Bertín Osborne)

 

«Mi éxito ha sido ser formal y no tener vergüenza»

A su lado, reparte juego, ajusta anécdotas y actúa casi como chambelán y promotor in pectore don José, Pepe, el patriarca del Chinitas. Amigo de Chiquito desde hace más de cuarenta años, cuando el restaurante aún era una tienda de telas y él vivía en el pasaje Chinitas. «Yo he vivido toda mi vida en una manzana; desde cuando la gente se daba los buenos días por la calle», dice. La relación entre el cómico y la familia del Chinitas va más allá de una vieja amistad. Acá almuerza Chiquito cada día. No mucho, que tiene el estómago delicao últimamente y nos lo prueba con dos pastillas verdes que saca del bolsillo. A su lado, Pepe, casi le hace de galeno de guardia.

-¿Te has tomao las pastillas?

-Ahora, a las dos me tocan. Come jamón, niño, me dice, que estás mu dergao.

Le hago caso mientras charlamos de sus primeros pasos y le intento sacar temas de cocina. Pero la gastronomía se torna hambre. Y se empieza a acordar de que se subía en las mesas para cantar en las ventas. Que a veces trabajaba por un pan y que volviendo a su casa en la calzada de la Trinidad se lo robaban. Que era un niño cuando trabajaba con el grupo de Los Capullitos Malagueños. Y que aunque tenían mucho éxito muchas veces no les daba ni para un bocadillo… «¿Que estamos en crisis? Entonces estábamos todos lampando. Yo ya hacía un popurrí. La gente decía ¿no ves cómo canta ese niño? Y allí ya empezaba estaba con los chistes y mis cosas para que los cantaores, los tocaores y los bailaores descansaran. Yo siempre fui muy formal y trabajador. Ese es el secreto de mi éxito: ser formal y no tener vergüenza. Pero crisis… no sabéis ustedes lo que es pasarlo malamente…».

Ahora le andan preparando un homenaje en el Teatro Cervantes. Están buscando fechas, ajustando calendarios. «Ya se lo merece. Málaga se lo debe. Porque aunque es un hombre muy cercano y popular aquí no nos hemos dado cuenta aún de lo que significa en el mundo entero», apunta don José. «Mira, en lo del humor con mímica han habido tres personas fuera de categoría en el siglo XX, Charlot, Cantinflas y él», asegura convencido su compadre mientras ordena unas tortillitas de camarones. «Esta es su casa. Y sí Chiquito es un márketin único para el lugar. Pero aquí se le respeta, no se le atosiga», añade. Le digo que ya sólo le queda Picasso como malagueño más longevo por delante de él, a punto de cumplir 84 años. «Pues ya hablaré yo con Picasso para arreglar ese asunto. ¿Sabes que grabé una película sobre él en el Pimpi con Fosforito?».

(Chiquito con Pepita, su mujer)

Un periodista le llamó el Picasso del humor. Se lo digo. Le hace gracia. «Sí, como Picasso que ponía las narices allí y las orejas por acá y yo hago lo mismo con las palabras. Me las invento y a veces ni sé lo que estoy diciendo, pero la gente entiende lo que quiero decir. Siempre me entiende».

-A usted nunca le ha faltao trabajo, Chiquito…

– Sí. Yo siempre tenía trabajo. Pero yo cantaba para bailar. Y sí me cambió algo la voz cuando era niño. Tú no me has visto a mi metío en fiestas con los mismos cantaores. Allí era donde nacían los chistes. Y las cosas que se me ocurrían hablando. Yo iba a todos lados. Yo he sido siempre muy formal y trabajador. Y eso dentro del flamenco era raro. Ahora me he quedao solo. Sin mi mujer, sin mi hermano, sólo una sobrina en Córdoba. Por eso esta es casi mi familia: yo a Pepe lo quiero como un hermano. Y a su hijo Ángel, no te digo, es un fenómeno.

Cuando era más jovencillo tenía muy buena voz. Él lo reconoce: «Muchas veces venían gente de la sierra a escucharme y se metían debajo del escenario pa escucharme de cantar. Gente que venía del pueblo y me traían un pan. Yo me subía en lo alto de una mesa. Y no me daba Era una época muy dura. Ahora decimos que estamos en crisis y a veces pienso que esta gente no sabe de lo que está hablando. No sabéis lo que es pasarlo malamente… En el grupo de los Capullitos malagueños cantábamos con orquesta a veces. Cantábamos zambras y llenábamos los teatros. Pero a veces no querían pagarte. «Usted no me puede obligar a  mí a trabajar sin comer. Sabe usted lo que le digo«, les decía a los dueños. Y llenábamos teatros, mira, unos chaveíllas que cantábamos pa matarnos pero luego no teníamos a veces ni pa comernos un bocaíllo»…

De pronto, aparece la fotógrafa. Una chica joven. Y al poco a Chiquito le cambia la cara. la hace sentarse a almorzar. Le insiste con la cazuela de fideos. Brinda. Sonríe. Ensaya roneos. «Come, guapa, que tú eres Miss Dinamarca. Mi mujer ha sío la más guapa pero luego estás tú: una pierna tuya levantá vale más que esos jamones de Cortes de la Frontera».

Y empezamos a ver al Chiquito de los chistes. Empieza a cagarse en las muelas. Me dice pecadorrr. Chillea como un pato de goma. Cuenta algún chiste, canturrea. Cuenta la anécdota tantas veces escuchada de la rata como un perro de grande en un tablao de Japón y él y Pepito Vargas reculando en el escenario huyendo de la rata. Cuenta cómo se clavo solo una navaja en el dedo gordo porque soñó que un japonés le quería robar el dinero. Cuenta de los cigarritos de la risa que se fumaban María Jiménez y Camarón cuando les acompañaba a él y a Paco de Lucía en sus giras alemanas. Asegura que parte de su éxito ha sido saber estar al margen de esas cosas. «Cuando empezaban con los aliños yo cambiaba el tercio y decía señores tengo que ir a visitar a un familiar muy enfermo; que he visto a mucha gente echarse a perder». «¿De Almería eres tú, niña? No he comío yo uvas en Almería, Pepe. No he comío yo uvas buenas por allí», recuerda, ya por fin con la sonrisilla de saberse mil chistes, medio subido en el caballo de Bonanza, al cabo del café, alegre por una mujer que le ha hecho sonreír y volver a hacerse grande dentro del señor Gregorio.

 

Diez preguntas sobre el comer para un hombre desganao

¿Le gusta la cocina? Yo en la cocina soy un inútil. Sé que el gazpachuelo lleva mayonesa pero ya está.

Una comida malagueña. El puchero. La cuchara siempre.

Una comida que deteste. Las gachas. Me recuerdan al hambre. Nunca pude con ellas.

En Japón qué comía. Esa gente comía pescao crudo y hasta perro pecador. Pasé más hambre…

¿Y el gazpacho? Me da acidez.

¿Espetos? Mmmhh.. Más las gambitas. Hoy estoy desganao.

Su pescaíto favorito. La pescadilla enroscada. Y más los boquerones que el pulpo.

¿Y con quién se ríe? Hay humoristas buenos. Pero el único que a mí me ha gustado ha sido Cantinflas.

¿El sitio más raro donde ha trabajado? En comisaría… jejjeje.

Cuénteme un chiste… Debía tanto dinero que entraba en el banco y sonaban las alarmas.

 

(*) Versión inédita de la entrevista de Héctor Márquez a Chiquito de la Calzada que apareció en Diario Sur en el suplemento Málaga en la Mesa en mayo de 2016)

 



}