Franco Battiato, uno de los más grandes músicos y compositores contemporáneos europeos, actúa este próximo jueves 13 julio en Málaga, en la Plaza de Toros de La Malagueta, dentro del Festival Terral que organiza desde hace años el Teatro Cervantes. No es la primera vez que Battiato toca en Málaga. Y siempre ha sido un acontecimiento. Haciéndonos eco de su gira española durante el mes de julio, donde está agotando entradas allá donde va, hemos encargado al también singular escritor y músico, Josele Sangüesa, heterodoxo battiatólogo, un intenso y peculiar acercamiento a sus canciones, figura, ecos culturales (de danzas sufí) y al impacto sentimental que le produjo. El resultado es este recorrido cruzado, personal, lleno de humor y retranca. Con ustedes: Battiato, un Torrebruno y medio.
Elegías de Beduino
Apreciado H&M. Me dices que Battiato toca el jueves en Málaga, y que te envíe el texto de una vez. Ahí va. Aprovecho para agradecerte que hayas ampliado el plazo de entrega, con los peligros que ello encierra. Sabes de mi tendencia natural al exceso y supongo que por eso preguntaste, ¿ vas a enviarme quince líneas o quince páginas? A riesgo de lo segundo, me gustaría comentar contigo este video que enlazo. Sincronicémosnos con él, si te parece.
Y empecemos por este diálogo.
( Noche, intemperie, hoguera en mitad de un desierto. Doce beduinos & un Battiato.)
Beduino: ¿ De dónde vienes ? من أين أتيت؟
Battiato: Vengo de Ksar Ghilane ¿ Cómo te llamas? لقد جئت من قصر غيلان. ما اسمك؟
Beduino: Me llamo Muhammed A´ladj ¿ Qué has venido a hacer ? سمي محمد علادج. ما جئت تفعل؟
Battiato: A detener la latinización de la lengua árabe. لقد جئت لوقف “لاتينيساسيون” اللغة العربية.
Beduino: Gracias. شكرا
Recién ayer llamé a mi arabista de guardia para hablar sobre el tema. David Arnedo, profesor de árabe en la Escuela Oficial de Idiomas. Solvencia contrastada, yo respondo por él. Mi intención era preguntarle sobre el sentido exacto de esa hipotética latinización de la lengua árabe, pero él prefirió comenzar celebrando las risas que se había echado con el video en cuestión. Risas que reprodujo al otro lado de la línea como una pura crepitación de palomitas en aceite. Respecto a mi duda me dijo que bueno, la posibilidad de romanizar la grafía árabe siempre estuvo ahí pero nunca acabó por darse excepto en Turquía, donde Atatürk aplicó la medida al turco en su proyecto laico. Que internet ha supuesto de facto lo más parecido a la decantación de una cierta tendencia a escribir el idioma árabe con el alfabeto occidental. Resumiendo, que de poco o nada podía salvar Franco Battiato a los beduinos de su postal sonora en algún lugar impreciso de un desierto de Túnez el año 82. En efecto, sólo podía tratarse de una doble boutade.
Arnedo me habló luego del orientalista René Guénon. Filósofo y matemático francés iniciado en el sufismo, es un personaje fundamental para entender el diálogo entre culturas durante el siglo XX. Casualmente, es uno de los maestros reconocidos por Battiato. Convendrás conmigo en que la imagen aproximada que se tiene del italiano es la de un hombre sabio. O algo así. Y que a un hombre sabio cualquier cosa puede enseñarle algo. Un lazo en los cordones del zapato, el rastro aureolado de la yema de un huevo, un vuelo en el flequillo de Rufián. A ver, entiéndeme, quiero decir que de Shakespeare puede aprender cualquiera, ¿ okei ?, pero un sabio es un sabio. Así que, frente a ladura competencia de todas las cosas, comprenderás que tenga aún más mérito que Battiato cite siempre a Guénon como guía & maestro. Ahora Arnedo me enlaza su libro El rey del mundo, y yo a cambio le envío una canción de Battiato, de idéntico título. Ya ves, de cara a una hermenéutica futura, Franco lo dejó todo atado y bien atado, el muy cabrón.
Aunque, para el caso que nos ocupa, a mí me interesa más esta otra canción, Magic Shop, en cuya letra vuelve a referirse explícitamente al “esoterismo de René Guénon”. El video me parece revelador por varios motivos. En la pedagógica introducción que hace a la audiencia, Battiato habla del origen del raga- “canto modal de origen indio” –, para luego aludir a los dos primeros versos del tema. “ Hay quien empieza con un raga nocturno y acaba por cantar el Cucurrucucú Paloma”. Risas. Todos entre el público parecen saber que esas palabras aluden en realidad al propio cantante, que acabó por grabar una variación sobre el viejo clásico, convirtiéndola en uno de sus grandes hits. Battiato explica la cuestión como una simple casualidad. Nada preconcebido, un acto de pura magia. Ma-gí-a, dice. Aporta como prueba de inocencia el mero calendario: Magic Shop fue publicada en el 79 y Cucuetc…. en el 81. ¿ Cómo podía él preveer su futuro? Pues simplemente siendo el astuto dependiente de una tienda de magia, claro. La audiencia, cómplice, valora la autoparodia como un gesto de cortesía. Reírse de uno mismo para poder reír con los demás. A mitad de la pieza, e impostando la voz con un fugaz impulso de energía robada, dice: a lo Jovanotti, tras haberlo imitado. Más aplausos, más risas. A ver, yo no me río mucho, no te voy a engañar. Supongo que porque tengo que estar un poquito por todo, pero no por nada, ¿ eh? Es que no me puedo despistar. En medio de tamaña comunión transalpina , me va quedando claro que Magic Shop es una exposición del uso turístico de lo espiritual. Y, al mismo tiempo, una defensa acérrima de lo bambino y de lo piccolino. “ Deduzco de una frase del Evangelio que es mejor un pintor de paredes que Le Corbusier ”. Luego, con la coquetería de una Marylin en el Happy Birthday de su Mr President, el cantante pregunta: “¿Hay algún arquitecto en la sala?”.
Lo que quiero decir con todo esto es que, visto lo visto, entiendo que Battiato es una criatura resueltamente dotada para la parodia y, por tanto, para la boutade. Y que la filosofía de su tienda de magia es algo así como vender artículos de broma fabricados con piedra filosofal. A fin de cuentas, en eso consistió el mejor arte pop del siglo pasado, de Houdini a Bowie. Y por eso lo amamos, cada cual a su modo. Pues bueno, ahora que creo disponer de las gafas adecuadas para disfrutar de la exacta dimensión de la comedia, vuelvo a darle al play y me abandono a la pureza del asombro. La cortina rasgada me susurra al oído: sí, estás viendo lo que estás viendo. Échale un vistazo tú también si te parece, y en un rato seguimos.
Teatralidad dopada. Esa es la impresión que provocan las escenas de la hoguera en el desierto beduino. Más sobreactuación ahí que el cobrador del frac, el torero del moroso & el romano de los impagos cogidos de la mano. Dándole vueltas a los términos Dramatismo trucho + Estereotipos, me acuerdo de Chesterton en su Falsa teoría del teatro.
“ Un empresario teatral insistió recientemente en la necesidad de introducir mano de obra china en la profesión. Concretamente, en recurrir a chinos reales para interpretar el papel de unos criados chinos. Y algunos actores se molestaron por ello; en mi opinión, con motivo. (…) La ironía aumentó cuando los periódicos que habían aplaudido la decisión de contar con chinos porque no podían evitar ser chinos, comenzaron a alabarlos con admiración y sorpresa porque parecían chinos. Algo que plantea una serie de conjeturas tan compleja y contradictoria que no pienso desarrollar, pues lo que me interesa no es el incidente particular, sino la idea general. Así que, para formular el principio fundamental de todas las artes bastará con decir que no creo en la semejanza. No creo que un chino se parezca a un chino. Es decir, no creo que ningún chino se reconozca a sí mismo en el aspecto de chino que el artista tiene en su imaginación y que es del interés del público-. (…) De hecho, el argumento es especialmente válido en este caso. Pues me temo que si China nos resulta interesante, lo es por encontrarse en el otro extremo del mundo. Se la considera algo muy lejano, y por lo tanto fantástico, como un reino en las nubes del sol naciente. Por eso, la gente no quiere ver en Chu Chin Chow (1) las verdaderas virtudes de la tradición china -su estoicismo, su sentido del honor, sus antiguos cultos agrícolas-, sino el típico sentimiento romántico acerca de algo remoto y extravagante, como los marcianos o el hombre en la Luna. Es perfectamente razonable disfrutar moderadamente de ese sentimiento, igual que de cualquier otra diversión. Pero no es nada razonable esperar que la persona remota se sienta remota de sí misma.(…) No podemos pedirle a un oriental exótico que se sienta exótico, ni a un chino que se sorprenda de ser chino. Así que, si el artista tiene el propósito literario y legítimo de expresar la atmósfera misteriosa y extraña que China le sugiere, probablemente lo hará mucho mejor con la ayuda de un actor que no sea chino.(…) Sólo protesto contra una teoría de la verdad dramática, planteada en defensa de un experimento dramático, que me parece calculado para falsificar todo arte dramático. Se basa en la misma falacia que la del niño de la canción infantil de Stevenson, que pensaba que los niños japoneses debían sufrir una inmensa nostalgia del hogar por vivir siempre en el extranjero”.
(1)Chu Chin Chow,musical al que Chesterton se refiere en el texto, estrenado en Londres en 1916 e inspirado en Ali Babá y los cuarenta ladrones.
También es cierto que podríamos abordar el análisis de la pieza subrayando su voluntad definitivamente precursora. La otra noche, el gran Santos de Veracruz me decía : ahora lo que la gente quiere ver es el making off de las cosas. Sí, a mí también me lo parece. La panxa del bou, que ni neva ni plou. Quizás ese fenómeno sea una prueba más del progresivo triunfo del público frente al artista, el final de una antigua jerarquía, no sé. Lo que sí sé es que, en el video de Battiato, lo que se nos pretende mostrar pierde por goleada frente a lo que no se nos puede evitar ocultar. Vamos, que se transparenta el making off por todas las costuras. Fíjate por ejemplo en cuando Muhammed pregunta ¿Qué has venido a hacer? ( 0.44), tras lo cual Battiato asiente con un énfasis desmedido a toda luz. Dale al pause, detén ese careto. Quiere significar: me encanta que me hagas esta pregunta, Muhammed, pero yo lo entiendo más bien como: venga, seguro que a la toma 25 va la buena. Ahora a ver cómo me manejo yo lo con el árabe, y en cuanto den el corten nos vamos los dos de cabeza a por el catering. Cuando el italiano pronuncia con éxito su parte del guión, el beduino asiente por su parte cinco veces cinco y dice “gracias”, un rotundo gracias que parece aludir al ansiado final del rodaje más que a la misión lingüstica del héroe.
Pero que nadie se lleve a engaño. Más allá del capricho imperativo del guionista de clips, el interés de Battiato por el mundo árabe es hondo y sincero. Este prolijo estudio da fe de ello.( Ecos de danza sufí: La influencia de la cultura árabe, el islam y el sufismo en Franco Battiato. Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático de la Universidad de Sevilla). En él Battiato explica que empezó a estudiar árabe en el 78. Después del tercer año, fue seleccionado para continuar sus cursos en la Burghiba de Túnez, pero decidió decantarse por su carrera de artista pop. También se dice ahí que el asteroide 18556 lleva, en su honor, el nombre de “Battiato”. El eterno estudiante, el bautista de estrellas. No sabría decir si el video disuelve o reproduce esa bella disyuntiva.
Vale, seguimos. 3.24. “Nei ritmi ossessivi la chiave dei riti tribali /regni di sciamani e suonatori zingari ribelli ” ( En el ritmo obsesivo, la clave de ritos tribales / reinos de chamanes y músicos gitanos rebeldes). Observa el modo en que el beduino lo contempla arrobado mientras Battiato canta . Como si se diera por sentado que, el mero hecho de estar hablando sobre él – pues claro, si Muhammed aparece en el video es por ser un tribal, o un chamán, o una clave- implica que él haya de reconocerse en esos términos, sin importar demasiado que probablemente no comprenda un cazzo de italiano. Sea como fuere, ahora es Muhammed quien asiente a cada palabra del cantante como diciendo “ole, ese es mi Franco”, o “me lo has quitado de la punta de la lengua”, o “qué bien se expresa, el tío, qué piquito de oro, qué dicción en lo suyo”.
Te advierto que esto entra ahora en un profundo abismo de alucinación. Cada nueva rendija abriéndose en el video lo hace igual en mi mente a placer desbordado. Si a Walter Benjamin le tocó en suerte obsesionarse con aquel cuadro de Paul Klee – y no sólo escribió un tratado sobre él, sino que lo compró, llevándolo consigo hasta el día de su muerte – parece que a mí me ha tocado la rifa con Voglio Vederti Danzare. Y no lo veo mal. Sólo sufro por ti, pero igual sigo. Oye, te parece que la misión estética del Imperio Romano en la segunda mitad del siglo XX fue elevar el pastiche a catedral? Sergio Leone mirando hacia la América con su spaguetti western. Pino d’ Angio a Studio 54. Battiato hacia el Oriente. Y los tres desde el mismo puro centro de fuga. En fin, ya me dirás. Vaya, ahora veo a Cohen por todas partes. Ese bello verso que es ya souvenir,“ Hay una grieta en todo. Por ella entra la luz”. No me impresiona lo más mínimo. Pues si él dice eso, yo, jurando sobre el video de Battiato & su making off, digo solemnemente : dadme los agujeros de un queso emmental y moveré el mundo. Yo, sobre el tacto pixelado de su estampa, digo: la termita es la elocuencia de la madera . Y mi poética baila entre esas dos narices.
Minuto 3.39 “Nella Bassa Padana / nelle balere estive/coppie danziani cheballano/ vecchi Valzer Viennesi” ( En la Baja Padana / en verbenas de verano/ parejas de ancianos que bailan/ viejos valses vieneses). Ahí, bruscamente, el tema pasa a un vals. Esto se graba en el 82 y hacía ya tiempo que Battiato andaba dándole vueltas a la combinación de chatarra tecnológica con poesía premium, por así decirlo. Okei. Pregunta. Cuando acaba de decir Viejos valses vieneses y eso cambia de pronto a un tres por cuatro, ¿ tú no ves que Battiato le está pasando ahí el testigo a Cohen? Como diciendo Leonard, yo te he abierto el camino del casiotone lírico, ahora síguelo tú. Poco después, Cohen empezaba a cambiar el folk por los sintetizadores, y precisamente con dos valses (Dance me to the end of love, año 84, Take this waltz , año 88). Así , según mi trip, Battiato estaría cantando sólo para Cohen toma este vals , este vals , este vals, con la voz de Morente ahí de fondo, claro, porque esa cosa moruna siempre está más cerca de la onda beduina, quieras que no. Y, en fin, viendo toda esa data pasando por delante de sus propias narices en apenas segundos, ¿ cómo no van a poner los beduinos esas caras de estar flipando dátiles en ácido?
Pero volvamos a la calma. Viendo la cosas desde la perspectiva del making off como una de las Bellas Artes, quizás en lugar de interpretarlo a lo Chesterton, sea mejor hacerlo a lo Fernán Gómez. Seguro que recuerdas esto.
Así pues, tal vez el único peligro de latinización de la lengua árabe sería que من أين أتيت؟ +سمي محمد علادج. ما جئت تفعل؟ شكرا acabara significando: Estaba deseando que viniera usted por acá, señorito, a decirle una cosa un tanto delicá + El Tomás es una mala persona + En esta finca no hay sitio para los dos, o él o yo + Esto del videoclip es una mierda, no tiene nada que ver con el desierto, ya decía yo.
Desde el video hasta hoy, ha habido múltiples aproximaciones artísticas al tema del diálogo entre distintas culturas. Jim Jarmusch en Mistery Train, con aquella encantadora pareja de rockers japoneses viajando hasta Memphis tras la pista de Elvis. O Aki Karusmaki con sus Leningrad Cowboys go America. Incluso, si me apuras, Eugenio con su mucho ruso en Rusia. Supongo que, desde entonces, habrá cosas que hayan cambiado y cosas que no en la cuestión en cuestión. En fin, es como todo. En cualquier caso, el diálogo entre uno y otro mundo sigue pareciéndome altamente estimulante, sin importar demasiado cuáles son esos mundos en cada ocasión, ni si eventualmente el diálogo pueda ser un monólogo doble. Qué te voy a contar, tú estuviste viviendo con tribus de la Amazonia y escribiste con detalle sobre el tema. Supongo que por eso habrás oído hablar de los peligros de cierto modo occidental de aproximarse al conocimiento. Ese que prima lo racional frente a lo intuitivo o los asuntos del alma, como suele decirse. Ese cuyo fruto más perfecto suele ser el cinismo, un cinismo que cimenta la distancia precisa con todo, hasta con uno mismo, y perdón por la rima. Creo que no has de temer nada de eso en el texto que sigue. Como te dije, trata de la honda impronta que el descubrimiento paulatino de Battiato fue dejando en el niño que fui. De hecho, si he comentado el video contigo no ha sido solamente para glosar esa sutil distancia entre lo absurdo y lo sublime que, en mi opinión, define su obra . Sino para constatar que, a través de todo ello, su magia sigue ahí. Como apunto después, me parece que algunas de las confusiones en la recepción de Battiato se debe a la mudanza de toda traducción. Pero tampoco importa demasiado. Alguien dijo que el arte es precisamente aquello que se pierde en cada traducción. Pero persiste ahí, por detrás de sí mismo, emboscado e intacto. Un misterio que viene a susurrarte al oído algo que solamente vosotros dos sabéis. El misterio y tú. Sí, como Bill Murray y Scarlett Johanson en aquella preciosa escena en que todo alrededor son japoneses, definitivamente muy parecidos a sí mismos.
Pd: No sé cómo verás el pastiche del título, la alusión oculta al río de Rilke. Supongo que dirás que no se va a entender, y por eso te mando las risas grabadas. También podrás decirme que igual no son beduinos, sino unos pavos que pasaban por el desierto por casualidad. No te digo que no. Pero entiende que el título se me iría al garete. Tómate como una bella señal del destino esta referencia al bendito diálogo entre culturas. Comparé los dos títulos, el de Rilke y el mío. Y la única diferencia era esta: Be. Water. My friend.
Franco Battiato. Un Torrebruno y medio
Recordar a Franco Battiato en la TV de los 80 es entender que la infancia es la jurisdicción natural de la lisergia. Obviamente, eso uno sólo puede corroborarlo años después cuando evalúa, compara y concluye. Que sí, que esta mierda sube igual que haber visto a Battiato en Tocata, en Aplauso y programas así. Probablemente a los niños para quienes Bob Esponja es hoy la medida del mundo les suceda algo parecido cuando, dentro de unos años, hayan de salir a la calle buscando su dosis de Bob fuera de la pantalla. Todo lo cual demuestra claramente que los que mejor saben que la infancia es un paraíso perdido irremisiblemente son todos los dealers que hayan de jalonar el futuro de cada cual. Pero bueno, esa es otra historia.
Para hablar de esa época suele recurrirse a programas como La Bola de Cristal, The Young Ones y otros ejemplos eminentes de delirio formativo de una memoria audiovisual. Pero nada como Battiato para mí. No soy un experto en el cantante italiano, así que lo que voy a tratar de explicar es la marca inalterable que dejaron en mí sus apariciones en TV, en un tiempo & un país que venía a resumirse en dos canales. Pasados los años, ya no tuve demasiado interés en investigar su carrera. Digamos que la formación de un criterio estético propio – o eso que Lluís Llach llamaría con pompa & desgana Voluntad de Ser- me llevó por otros caminos. Recuperar ahora a Battiato me muestra hasta qué punto el poder de algo se mide por el modo en que afecta a lo que nos es definitivamente involuntario.
Cuatro son los elementos que conforman esta historia:
2.1. YO A MEDIADOS DE LOS 80
Un niño de unos diez años que ve la TV mientras merienda al salir de clase. Supongo que también merienda los fines de semana, pero no están tan claros sus horarios televisivos de viernes a domingo.
2.2 LOS PROGRAMAS EN LOS QUE BATTIATO APARECE
Espacios musicales que responden al lema aproximado La Juventud Baila. Actuaciones en riguroso playback. Estética de hombreras, cardados de pelo, y demás complementos de un estilo al que podríamos llamar Casual Explícito. Parejas de presentador y presentadora a los que relaciono con una dicción muy especial. Perfectos sacerdotes del énfasis que sabían hacer con las palabras burbujas de chicles de cualquier sabor. Con una materia argumental concentrada en tres ítems (¿Qué nos ofreces en tu nuevo disco?, Y… bueno, ¿cómo va tu gira?, Háblanos un poco de tus proyectos para el futuro) cabereseñar el extraño talento con el que esos presentadores hacían del lenguaje una eficiente máquina de niebla como las que se usaban para dar a los shows un ambiente digamos que espectacular.
Luego estaba el público. Hordas de adolescentes con fiesta de instituto a salario de sándwich + refresco para aplaudir las actuaciones. Recuerdo especialmente planos sublimes del público en los momentos más inesperados – a mitad de canción, en fragmentos instrumentales-. Más que a un prodigio del destiempo, solían responder a la pericia del realizador para evitar la imagen que acabara delatando a ese figurante de músico que nunca sabía bien dónde poner los dedos en el momento de su solo. En fin, era un tiempo en que el artificio se intentaba manejar con la máxima naturalidad. Es decir, como fuera. O sea, profesional.
2.3. FB
Y en ese contexto aparecía él. Y con él, la pregunta instantánea: ¿Qué pinta éste aquí? Desubicado, Bizarro, Inverosímil o Agente Secreto son conceptos que asocio a su figura. Y quizás Peter Sellers. En El Guateque, se entiende. A primera vista, su rol allí era el de un profesor de secundaria que es obligado a participar en el festival de fin de curso a regañadientes. Creo haberlo visto siempre con americana. En cualquier caso su indumentaria era de hombre adulto. Revisando videos, reparo en una serie de detalles estratégicamente repetidos – una camisa por fuera, un chaleco, una montura en las lentes- como una tierna muestra de coquetería senior del que afecta estilo sport para mezclarse entre jóvenes. Obviamente, la tentativa fallida en el camuflaje lo delata aún más & humberthumbertiza.
Indumentaria aparte, Battiato podía aparecer en actitudes de lo más extrañas: sentado en un banquito en posición de yogui, por ejemplo. Una vez puesto en pie, ya uno reparaba en su estatura. Y la verdad es que el tipo era muy alto. Un puritito ahorcado haciendo pie. Luego, al darse cuerda, el italiano en danza revelaba un claro desajuste en los movimientos. Abulia Locomotriz o Danza del Funcionario son expresiones que podrían aproximarse al efecto que provocaba contemplar al cantante entregado al son de su propio impulso. Definitivamente, Battiato sólo podía ser un conejo aparecido por error en un truco de magia llevado a cabo muy lejos de allí. Así las cosas, y dejando de lado el motivo por el cual ese hombre estaba en la pantalla de mi televisor – sus canciones-, cualquiera en su lugar se hubiera encomendado a la gracia, el carisma o el don para afrontar con garantías todos esos hándicaps aparentes. Pero claro, allí estaban también sus canciones. Un compendio insólito de esas tres virtudes.
2.4. LAS CANCIONES
YO QUIERO VERTE DANZAR
Un fraseo de teclado vagamente árabe desborda y arrebata en un sortilegio de alegría antigua. Es algo que transmite una sensación inmediata, imprecisa y genérica de música popular. Cabra & escalera, risa desdentada o coro de taberna a pura voz en vino. La letra es un inventario de maravillas exóticas que nos habla de zíngaros, derviches, la Baja Padana o los cascabeles del Katakhali que, hasta el día de hoy, yo siempre había entendido como catacrac. Mientras escribo esto me doy cuenta de que muchas de las palabras que utilizaba Battiato -versión en castellano, se entiende- eran completamente nuevas para mí. Que en sus canciones las estaba escuchando por primera vez, lo cual daba a la experiencia todos los honores de una epifanía. En esa primera toma de contacto ya uno podía empezar a tener claro que con Battiato todo iba a estar siempre saliendo de una lámpara.
CENTRO DE GRAVEDAD PERMANENTE
A partir de la segunda aparición el italiano se te empezaba a hacer familiar. Lo mismo que ALF o el ET de Spielberg, Battiato respondía a ese lugar común de la cultura audiovisual de los 80: el extraterrestre doméstico del que uno se acaba encariñando. Quizás ahí radicara parte de su éxito.
Por niño que uno fuera, podía ir percatándose de algunos de los rasgos de estilo del cantante. Las enumeraciones – extensas, y aparentemente aleatorias- son una de ellas. Por ejemplo: Una vieja de Madrid con un sombrero, un paraguas de papel de arroz y caña de bambú. Además, capitanes valerosos, listos contrabandistas noctámbulos. Además, jesuitas en acción vestidos como unos bonzos en antiguas cortes con emperadores de la dinastía Ming. Sic. Ya luego venía lo de que él buscaba un centro de gravedad permanente. Hombre, pues natural. Con semejante equipazo, qué menos.
CGP presenta otra seña de identidad, variante de la anterior: la elaboración de listas, ese puto CandyCrushSaga del maníaco obsesivo. Listas de las cosas que les gustan y que no les gustan. Aquí predomina el segundo grupo: No soporto ciertas modas, la falsa música rock, la new age española, el free jazz punkie inglés. Para acabar remachando: ni la monserga africana. Por mí como si te chutas antimateria. Aunque igual tampoco es para ponerse así. Hay otras canciones en que la lista de nominados al particular Premio Limón del cantante es aún más variada y arbitraria. Pero en cualquier caso, a uno le iba quedando claro que Battiato tenía una cosmovisión, la quería expresar y así iba a hacerlo.
Revisando documentos de la época compruebo que las entrevistas a Battiato son fuente inagotable de pasmo. Casi diría que un género en sí mismo. La timidez o un esquinado sentido del humor hacen de esta charla una pequeña joya del naïf de fin de siglo.
A primera vista puede hacerse evidente una cierta incomodidad en el cantante. Y es fácil entonces caer en la tentación de la misericordia frente al desvalido que puede provocar un koala en apuros, pongamos por caso. Pero no acaba de colar del todo. Pues, aunque juegue a escudarse en un frágil conocimiento del idioma – según el cual “un disco con canciones que yo he hecho en muchos años” no es otra cosa que un recopilatorio-, su manera de hablar y su delectación en el balbuceo vienen a revelarnos otra cosa: que el sueño prohibido de todo poeta es poder llegar a hablar alguna vez como un futbolista. Así, en realidad Battiato experimenta un mórbido placer secreto en que le dejen expresarse con pocas ganas de decir muy poco. Que nadie entienda nada y que tampoco importe. Y ese alivio de toda trascendencia es el centro de gravedad hacia el que Battiato se deja llevar hasta que, por sorpresa, dice eso de la ópera lírica. Sí, es cuando la presentadora le pregunta «¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?»
– He estado escribiendo una ópera lírica.
Y ese es el principio de un momento muy cumbre pues, en una entrevista nueve años después
– La Mandrágora, TVE2- Félix Romeo le formula una pregunta similar («¿Qué ha pasado en estos años en los que te hemos perdido la pista?») A lo que él responde:
– He estado escribiendo una ópera lírica.
De todo lo cual se deben sacar dos conclusiones. a) que definitivamente Battiato ha aprendido de bereberes, tuaregs y otros pájaros místicos los fundamentos del quietismo y la contemplación. Y así, se ha tirado más de una década para escribir su dichosa Jess Extended & King Sized ópera lírica. b) que, en efecto, ha adoptado el fútbol como género literario, y su manera de escurrir el bulto es aludir a la ópera lírica como quien dice que unas veces se gana y otras veces se pierde y en fin, que no le craneen ya más con la pregunta. Ok, leo después en Wikipedia que en realidad Battiato es autor de varias óperas. Líricas. Va-rias-ó-pe-ras-lí-ri-cas. Pero cualquier explicación racional sobre él me llega demasiado tarde, pues hace tiempo que entendí que con Battiato iba a estar todo siempre saliendo de una lámpara.
Más adelante, en la charla con Romeo el cantante demuestra un bagaje cultural de amplio espectro. A mí la figura del cantante pop con poso intelectual siempre me ha provocado tres reflexiones inmediatas: Este tío pertenece a otra liga. Pero juega en ésta. Le guste o no. Quiero decir que el tipo es capaz de cantar sin despeinarse cosas como “Jomeini es para muchos botón de santidad y muerden el anzuelo. Las barricadas se alzan por cuenta siempre de la burguesía que crea falsos mitos de progreso. Up patriots to arms, engagez vous, la música contemporánea es peor aún”. Para luego decir Nananá muchas veces y quedarse tan ancho. Bueno, pues eso.
NÓMADAS
Preciosa invocación al viaje. Una guitarra sincopada avanza sobre una caja de ritmos que imita el giro de una vieja carraca. Battiato vuelve a optar por el lirismo tecnológico para ir largando sus letanías de lo vivo lejano. Escucho la canción una y otra vez intentando descifrar la impresión que me provocó al escucharlo. Diría que es algo parecido a la nostalgia. Y hay algo extraño ahí porque difícilmente un niño puede haber tenido tiempo de destilar esa sensación. Por raro que parezca, esa sensación se manifiesta en dos direcciones. Por un lado, una nostalgia temporal, como primera intuición de todo lo que existió antes que yo. De que se puede acumular memoria sensible anterior a uno mismo. Es decir, la irrupción de Batiatto como gran profesor chiflado que saca de la maleta su muestrario de aromas exóticos me hace descubrir que no me son ajenos. Que me estimulan y me revelan un vínculo con algo previo a mí. Así, vislumbro entonces y comprendo ahora que todo individuo es portador de una carga cultural inconsciente. Pues en lo tocante a cultura, todo ADN es una encrucijada de tradiciones. La nostalgia espacial se refiere a esos lugares remotos mencionados en sus canciones en los que aún no había estado – nostalgia del futuro- y en los que probablemente nunca vaya a estar – nostalgia del jamás-. En otro orden de cosas, el niño que oye Nómadas sigue deslumbrado por las evocaciones abstractas que él computa como una iniciación a lo poético, ya sea por bello o por incomprensible (el tránsito de la aparente dualidad, las almohadas de la tierra, la dimensión insondable).
Desde un punto de vista formal, constato esa tendencia itálica a esdrujularlo todo. Lo que son esdrújulas y lo que no lo son – la sóledad, la tranquílidad, un nuevo déspertar. Como buen italiano, Battiato es un consumado jinete fonético. En la introducción al riguroso playback practica también con semejante gracia otra particuláridad nativa. Culminar con una tímida A cada palabra acabada en consonante. Nómadas(a), muchas(a) grasias(a). Como Benigni en su célebre I scream(a) you scream(a) we all scream(a) for an ice cream(a)
Esta digresión sobre los modismos tanos viene a cuento de introducir el ítem de la Italia y explicar así de qué extraña manera Batiatto condiciona mi primer contacto con esa gran nación, cuna & ombligo de tanto. Me refiero a un viejo asunto personal al que llamaremos Affaire Torrebruno. También conocido -por mí- como Hipótesis Big in Japan. A los 20 años entré a trabajar en una pequeña agencia de viajes que operaba en Roma, Florencia y Venecia. Mi cargo era el de acompañante que, como su nombre indica, no es exactamente puta pero tampoco guía turístico. La misión del acompañante en un viaje organizado consiste básicamente en comprobar que todos los pasajeros que salen del lugar de origen regresan a él. Así que yo tenía todo el tiempo del mundo para dedicarlo a otras cosas. La menos interesante de las cuales fue preguntar a los nativos por Torrebruno. Y descubrir con sorpresa que nadie por allí lo conocía.
Para quien no lo sepa, Torrebruno era un presentador italiano que aparecía en los programas infantiles de TVE en los años 80, firmando himnos tan memorables como Tigres (Tigres) / Leones (Leones) / Todos quieren ser los campeones. Torrebruno también lo esdrujulaba todo y ponía la A al final de las palabras acabadas en consonante. Pero a diferencia de Battiato, era muy bajito. Y muy es mucho. Absolut Piccolino. En España hay un tipo de lógica torcida que suele conformar lo que da en llamarse sentido común. Es la que sostiene por ejemplo que, en todo debate, quien más grita es quien lleva la razón. Según esa extraña asociación entre cantidades y cualidades, alguien debió pensar que un tipo de 1metro50 tenía que ser el perfecto amigo de los niños en la medida en que ambos estaban unidos por una similar distancia del suelo. De más está decir que tan esquinada evidencia triunfó como el pototo.
Bueno, a lo que íbamos, que nadie en Italia tenía ni idea de quién era el tal Torrebruno. Por lo menos, la gente a quien yo pregunté. Y conste que hablo de diferentes perfiles humanos, género, edad y posición social. De lo más aproximado a una encuesta. Pues nada, que ni rastro de él, Torrebruno Sfumato. A mí ese hallazgo fatal me supuso una gran decepción. Si no un trauma, a qué negarlo. En primer lugar, porque Torrebruno fue mi primera noción de la Italia. Y con la amenaza de fake sobrevolándole, para mí estaban en juego no sólo la Italia, sino los orígenes mismos de la Cultura Occidental. El Imperio Romano y, con él, cualquier posibilidad de memoria anterior a mí.
En segundo lugar, porque empecé a maliciarme la Hipótesis Big in Japan. En los Estados Unidos se usa esta expresión como un tropo del segundón. Ser grande en Japón significa que eres un producto vendido a precio de saldo en esos países a los que les colocas lo sobrante de tu consumo interno. Dos canciones de Tom Waits y Alphaville ilustran claramente esa condición. Cola de león americano o cabeza de ratón oriental, viene a ser lo mismo: un resto de serie. Mi Hipótesis Big in Japan partía de una deducción lógica: el hecho de que nadie en Italia supiera quién era Torrebruno era la demostración de que Italia operaba respecto a España como los Estados Unidos con el Japón. O sea, que nos estaban colando toda la purria de la que ellos no querían hacerse cargo. Eso implicaba, por un lado, a gente como Rafaella Carrá, Pino D’Angio, Eros Ramazotti y una larga lista de cantantes melódicos que conformaban la estafa. Y por otro, a los estafados: mis compatriotas, mi Estado Nación, ahí es nada. Así que, con el alto cometido de una misión diplomática, decidí que en un segundo viaje, sometería mi Hipótesis a una definitiva comprobación empírica ¿Cómo? Haciendo la prueba con Franco Battiato.
En los dos meses que faltaban para la fecha señalada urdí mi plan hasta el más mínimo detalle. En un principio, la pregunta “¿Sabe ud quién es Franco Battiato?” me pareció a todas luces insuficiente para un país latino, tan dado como el nuestro a las férreas disciplinas de la farsa, la impostura y la máscara. Definitivamente, librar toda mi suerte a una disyuntiva dando como única opción de respuesta un sí o un no, era andar en el sentido opuesto a cualquier atisbo de verdad. Lo cual daba al traste con el rigor científico de mi empresa. Y aunque la unanimidad había sido total con respecto a Torrebruno, – por tanto, concluyente para mí – no podía correr riesgos con la prueba última. Así que opté por un clásico del género detectivesco. Tras darle muchas vueltas, me pareció que si mostraba una foto de Battiato al encuestado, y preguntaba luego por la identidad que se ocultaba tras ese rostro, la suma de las respuestas habría de aportarme algo de luz sobre todo el asunto. Ah, se me olvidaba decirlo: el siguiente viaje era a los Carnavales de Venecia. Un fin de semana rápido, un autocar de dos plantas, una modesta odisea de clase media.
De manera que un viernes por la tarde yo salí de BCN en mi estrado de copiloto con una fotografía de Battiato entre las manos. La miraba y miraba constatando hasta qué punto ese tipo se había convertido ya en un extraño pasajero involuntario, tanto en ese viaje como en mi vida. En la frontera con Francia tuve una súbita revelación de omnipresencia, y su rostro se me apareció como el molde oculto de tantos otros- Manolo García, Doña Rogelia, John Turturro, Bernardo de la Barceloneta – que tuvieron algún tipo de influencia en mi brumoso proceso de -digámoslo así- aprendizaje. Y con esa rara suerte de palimpsesto fisionómico ya hube de rendirme a la evidencia de que, para bien o para mal, Battiato iba a estar siempre ahí.
Pronto entendí también que el halo mítico del viaje expresado en Nómadas no iba a corresponderse demasiado con el mío. Se dormía mal, se meaba por turnos y la luna iba a estar siempre oculta tras el plástico cartel de Prohibido Molestar al Conductor. Por si eso fuera poco, el conductor himself se reveló como un fan desbocado de un humorista Arévalo. Y debiendo considerar que los ronquidos son también una forma de sonrisa vertical, interpretó los míos como un gesto de adhesión absoluta a su extenso surtido de cintas cassette – Chistes de mariquitas, Chistes de camioneros, Humor de gangosos, Cosas de andaluces, Sic-. Aparte de eso, lo único más o menos reseñable del viaje de ida es la gloria postiza de Karaoke star con la que yo cogía el micro para pronunciar las siguientes palabras: “Ahora haremos una parada de media hora en el Área de Servicio”. Siempre atento a los peligros que la autoimitación conlleva, iba introduciendo pequeñas variantes- “Una breve parada”, “Unos 30 minutos aproximadamente”- con el noble propósito de no morir de éxito.
Bien entrada la tarde del sábado, Lido di Jesolo nos recibió con una desagradable sorpresa. Nuestro hotel estaba cerrado. Con un golpe de claxon se abrieron las persianas de la recepción. Dentro se encendió una luz que iluminó el callejón en pendiente, un perfecto desagüe de crepúsculos. Para qué engañarnos, el establecimiento que nos había tocado en suerte era completamente Big in Japan. Lo que Paolo Conte llamaría un trasandato hotel.
Luego un señor gordo y afable llamado Enzo nos recibió con honores lentos de final de siesta. Tras un par de trámites, empecé con la distribución de las habitaciones y la entrega de llaves. Una vez solos, Enzo dijo algo sobre el frío y sacó de un armario una botella de licor. Mientras llenaba las copas supe llegado el momento y le mostré mi foto. Ya no tuve tiempo de hacer la pregunta.
– Ah! Franco Battiato. Il magro essenziale.
Para mi fortuna, Enzo era todo un battiatista de los pies al limoncello. Así que me habló largo y tendido, tanto de su carrera como de su trascendencia incontestabile – esto lo repitió con mucho énfasis-. Bueno, a mí me bastaba con comprobar que Battiato existía en su país, que era alguien. Así que con una exposición tan pormenorizada decidí dar por concluida la encuesta nada más empezarla, y brindé con Enzo por el flaco esencial. Por los arcanos magisterios del viaje. Y por el final feliz de esa gran aventura en que las columnas del Imperio Romano se tambalearon por un instante sobre los débiles hombros del malentendido y de Torrebruno.
Pero la felicidad dura poco, y la nuestra fue interrumpida de muy malas maneras por la tripulación, que, a voz en grito, regresaba de sus habitaciones protestando por alguna cláusula incumplida en la oferta del viaje. No sé bien. Que había ducha en lugar de bañera, o algo relacionado con el agua caliente. Si ahora no lo recuerdo es que no le di la más mínima importancia, pues en realidad un motín a bordo era exactamente lo que yo necesitaba. La confirmación definitiva de toda gran empresa. Media hora después, la tripulación en rebeldía volvía a recepción disfrazada de Batman, Mortadelo, Che Guevara o Marylin. Lo que antes fue herida y desgarro era ahora felicidad en máscara. Entonces los versos de Nómadas empezaron a cobrar sentido. Ahí estaba el tránsito de la aparente dualidad. Y yo en medio. Pero bueno, era Carnaval y lo más sensato sería aceptar que en el delirio estuviera la tregua. Así que salimos del hotel, buscando la paz en el crepúsculo.
Qué más puedo decir. Por una vez, fue bello estar al frente del Comando Armado del Museo de Cera. Juntos vimos cohetes percutiendo la noche mientras del otro lado nos aguardaba la maravilla. La dimensión insondable. La más bella ciudad jamás naufragada. Y ya entonces llegó la embarcación que había de llevarnos a Venecia. Pero bueno, esa es otra historia.
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