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Un hombre es sus sueños, y en el caso del director de La dolce vita sus sueños eran su edén. Un paraíso de exuberantes mujeres de carnalidad en armas y del rosa al envioletado color como tentación en la que hundir la boca del deseo, el miedo enajenado de placer. Húmedas quimeras de un hombre que corretea oníricamente entre playas de pubis y pechos de aerostático poder en los que abrigar el secreto de su juego y su fragilidad. Cuánto símbolo objeto de diagnóstico psiquiátrico estas criaturas trazadas en las sábanas de papel en las que Federico Fellini registró el diario sexual de sus sueños, y sus sueños de mujer se convertían en el storyboard de lo que después iban a ser la María Antonieta Beluzzi estanquera de Amarcord; la esplendida Anita Ekberg con la que tantos nos bañamos como si fuese la diosa fortuna de una fuente de Roma; la mujer globo de La ciudad de las mujeres y la Marisa, locomotora de La Voz de la Luna. Protagonistas todas de las películas de este cineasta al que El Círculo de Bellas Artes de Madrid le dedica exposición. Una original y divertida cita con la intimidad de un maestro al que le gustaba ser un fauno mientras soñaba a entrepierna suelta e inconsciente de hábil dibujante que recuerda a Mingote y a Picasso, el erotismo desinhibo y líricamente expresionista del malagueño y el divertimento humorístico de las viñetas del catalán académico de las curvas.
La culpa no fue del satiricón onírico que desplegaba Fellini en la vida clandestina a la que abría los ojos dalinianos y buñuelescos. Algo se lleva también en el reparto el psicoanalista Ernst Bernhardt que le recomendó escribir a diario sus pesadillas sobre la infancia y su padre, y sus universos del deseo nocturno. Un lenguaje en cromos recogidos en el fabuloso Libro de los Sueños, cuyo lecho original se expone y provoca una habitual cola de ojeadores debido a la belleza y a la gracia de sus imágenes y textos, en los que queda patente el arte suelto del Fellini que en Via Véneto fue joven caricaturista de dibujo al vuelo. “Siempre he dibujado sobre cualquier trozo de papel que me encontraba. Es una especie de reflejo condicionado, un gesto automático, una manía que llevo conmigo” señaló en una entrevista que suena más bien a una confesión a Bernhardt. En cualquier caso su destreza, su pimienta y su oronda imaginación surrealista se engarzan en las joyas de esos personales paraísos que, sin duda, podrían provocar que, de saberlo de alguna manera, El Bosco se transformase en fantasma para pasear por la exposición del Círculo.
No sólo hay dibujos en esta sala felliniana. También ha reunido en ella, su comisario Gianfranco Angelucci, otras piezas del director en su etapa como publicista, y la guinda de esta muestra bocarriba/bocabajo en torno al inconsciente y al psicoanálisis, que desenrollan los sueños y los diseccionan, centrada en tres micropelículas. Cada una sucede en una sala con fotografías del rodaje y los bocetos de Fellini. El desayuno en la hierba, el derrumbe del túnel y El León en el sótano interpretadas por Paolo Villaggio, un hombre casado que padece una pesadilla provocada por el deseo de una infidelidad. En cada una persigue o está con una mujer y su placer a punto de consumarse se transforma en la amenaza de un tren que se aproxima a la silla en la que está atado; en un túnel que se derrumba y en un león que lo asalta. Terrores que le explica a su psiquiatra, interpretado por Fernando Rey que termina recomendándole que abra una cuenta en la Banca di Roma, lo más seguro para dormir sin interrupción. No se sabe si también para consumar su deseo hasta el 21 de enero. La fecha madrileña de caducidad en la que ya no se podrá pasear entre los sueños del director de La Strada y de Las noches de Cabiria con la fantástica ternura triste y magia arlequinada de Giulietta Masina, la única mujer que Fellini soñó con los ojos abiertos.
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La muestra ‘Fellini se puede visitar en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid, hasta el próximo 21 de enero de 2018.
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