Una máquina del tiempo de papel, por Héctor Márquez

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He aquí… Aquí, Here, el cómic que ganó, entre otras cosas el premio Fauve d’Or del Festival de Comic de Angulema de 2016. Me acabo de sumergir en él, que lo tenía reservado desde hacía unos meses. Así que ahora usted, lector, está leyendo un aquí de entonces. Here es una obra de Richard McGuire un ilustrador y artista gráfico, muy ocasionalmente autor de breves cómics, que, entre otras cosas es «bajista del grupo Liquid Liquid, escultor, diseñador de juguetes y de portadas de discos, autor de libros infantiles, cineasta de películas de animación y portadista de la revista The New Yorker». Todo eso en una misma persona. Seres y dedicaciones simultáneas y superpuestas.

La obra lleva hasta las trescientas páginas una idea que él mismo desarrolló en seis hace 25 años en un cómic que le publicó el gran Art Spiegelman -el autor de Maus- en su revista RAW: cómo lograr contar en una viñeta el paso del tiempo a través de pequeñas ventanas incrustadas situadas cada una en una época diferente. En su día, aquel modesto relato gráfico impactó enormemente en algunos de los gurús de la novela gráfica contemporánea, como Chris Ware o el mismo Spiegelman. Pero fue flor de un día en su producción. Hasta que hace un par de años produjo esta obra nueva.

En este caso, McGuire se propone con Aquí contar la historia de una habitación. El espacio de partida, el plano, es, pues, siempre el mismo, la misma perspectiva. El salón de una casa que, según averiguaremos a medida que hacemos el viaje constante y simultáneo hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, se construyó justo enfrente de una casa donde Benjamin Franklin vivió y frente a la cual plantó un cerezo.

¿Pero qué tiene de apasionante este relato sin apenas texto, sin hilo dramático concreto alguno, sin personajes apenas reconocibles? Lo apasionante es que contando la historia de un espacio cuenta la historia del tiempo. Es más, logra con un recurso visual aparentemente sencillo generar la ilusión del entendimiento de la teoría cuántica de que el tiempo no existe o, en puridad, no existe como transcurso hacia, sino que es simultáneo y paralelo. Esto es: el autor, dentro del plano que siempre ocupa las dos carillas centrales del libro va dibujando pequeñas ventanas superpuestas que sitúa en un momento específico de la historia -desde los 300.000 millones de años antes de Cristo hasta el futuro- produciendo la ilusión de estar atravesando auténticos agujeros de gusano.

La historia de la habitación de Aquí -ningún lugar específico, sino un punto de vista del narrador/espectador/lector- se convierte, pues, en la Historia del Tiempo, en la historia del planeta dentro del cual, la humanidad tiene presencia, pero es, ha sido y será una presencia efímera y temporal.

Aquí puede haber pantanos, una persona muriendo de ataque cardíaco, indios disparando flechas, un bebé que no puede dormir, una mujer que no recuerda qué ha venido a hacer, una pareja de recién casados, un pintor de caballete al que su amada solicita hacerle un retrato, un bisonte sobre la alfombra, dos caballeros con canotié peleando con sus bastones o una cicerone del futuro contando el pasado en hologramas.

Aquí es una obra impactante donde su aparente sencillez formal -y digo aparente porque hay un trabajo de diseño gráfico impresionante detrás de cada página- guarda la intención de acercarnos al misterio de lo racionalmente inexpresable. Y es que sólo por medio del arte y el espíritu, los hombres hemos podido acercarnos un poco a los límites que nuestro intelecto fijaba. Esta obra que representa un holograma del tiempo y habla de un lugar ha conseguido lo que la máquina de H. G. Wells sólo pudo hacernos soñar.

 

Aquí eres tú siendo y disolviéndote. Aquí estoy yo, contigo que lees y te dibujas, viendo a un hombre que lee a un hombre que escribe.



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